LEMA

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13 agosto 2021

500 AÑOS DE RESISTENCIA DE LA GRAN TENOCHTITLAN

 "Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España” 

Bernal Díaz del Castillo

“…Y de que vimos cosas tan admirables no sabíamos qué decir, o si era verdad lo que por delante parecía, que por una parte en tierra había grandes ciudades, y en la laguna otras muchas, y veíamoslo todo lleno de canoas y en la calzada muchos puentes de trecho en trecho, y por delante estaba la gran Tenochtitlan…”. 

“…y desde que vimos tantas ciudades y valles poblados en el agua y en la tierra firme y otras grandes poblaciones y aquella calzada tan derecha y por nivel cómo iba México, nos quedamos admirados y decíamos que parecía a las cosas de encantamiento que cuentan en el libro Amadís.

Por las grandes torres y edificios que tenían dentro del agua y todos de cal y canto y aún algunos de nuestros soldados decían que si aquello que veían si era entre sueños y no es de maravillar que yo escriba aquí de esta manera, porque hay mucho que ponderar en ello. No sé cómo lo cuento, ver cosas nunca oídas, ni aún soñadas como veíamos…”.

“…Entraron a Cuitláhuac los españoles y demás acompañantes, muy sorprendidos al contemplar la belleza de la ciudad con sus grandes torres. Iban por una angosta calzada en la que apenas podían pasar dos en caballo, toda era de puentes levadizos…”.

“… Y después que entramos en aquella ciudad de Iztapalapa, de la manera de los palacios donde nos aposentaron, de cuán grandes y bien labrados eran, de cantería muy prima y la madera de cedros y de otros buenos árboles olorosos, con grandes patios y cuartos, cosas muy de ver y entoldados con paramentos de algodón. Después de haber visto todo aquello fuimos a la huerta y el jardín, que fue cosa muy admirable verlo y pasearlo, que no me hartaba de mirar la diversidad de árboles y los olores que cada uno tenía y andenes llenos de rosas y flores y muchos frutales, y rosales de la tierra, y un estanque de agua dulce, y otra cosa de ver: que podían entrar en el vergel grandes canoas desde la laguna por una abertura que tenían hecha sin saltar en tierra … Digo otra vez lo que estuve mirando, que creí que en el mundo hubiese otras tierras descubiertas como éstas…”.

“…Y diré que en aquella sazón era muy gran pueblo y que estaba poblada la mitad de las casas en tierra y la otra mitad en el agua, y ahora en esta sazón está todo seco y siembran donde solía ser laguna. Está de otra manera mudado que si no lo hubiere de antes visto dijera que no era posible que aquello que estaba lleno de agua, que esté ahora sembrado de maizales …”.

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Hace cinco siglos, el 13 de agosto de 1521, la Gran Tenochtitlan cae después de una heroica defensa y la captura de Cuauhtémoc, en manos de los ejércitos comandados por los españoles, al mando de Hernán Cortés. Este hecho significó la puerta de entrada para el sometimiento de los pueblos prehispánicos y el saqueo de las riquezas de nuestro Continente a manos de los europeos.

Las causas de la derrota del pueblo mexica, fueron diversas; la leyenda al creer que Quetzalcóatl había vuelto a recobrar sus dominios, el mejor armamento que traían los españoles, el resentimiento de los pueblos dominados por los Aztecas, la viruela que hizo estragos entre los indígenas etc. Los conquistadores destruyeron templos y dioses de Tenochtitlan, Sin embargo, gracias a la resistencia de 500 años la Cultura Mexica permanece y es sustento de lo que ahora es México.

“In quexquichcauh maniz cemanahuatl, ayc pollihuiz yn itenyo yn itauhcain México-Tenochtitlan”

"Ve ahí donde enterraste el corazón de Copil y vas a ver un águila devorando una serpiente, porque en tanto que dure el mundo, no acabará, no terminará la gloria, la fama de México-Tenochtitlan".

¡POR LA LIBERACIÓN, ECONÓMICA, CULTURAL Y POLÍTICA DE NUESTROS PUEBLOS!

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 INCURSIONES DE LOS ESPAÑOLES EN LA CIUDAD SITIADA

La visión de los Vencidos, Miguel León Portilla


Comienza luego el estruendo, empiezan a tañerse flautas. Golpean y blanden los escudos, los que están para afrontar la guerra. Persiguen a los españoles, los acosan, los atemorizan: luego atraparon a quince españoles. Los llevaron y sus barcas retrocedieron y fueron a colocarlas en medio de la laguna. Y cuando completaron dieciocho cautivos, tenían que ser sacrificados allá en Tlacochcalco (Casa del Arsenal). Al momento los despojan, les quitan sus armaduras, sus cotas de algodón y todo cuanto tenían puesto. Del todo los dejaron desnudos. Luego así ya convertidos en víctimas, los sacrifican. Y sus congéneres estaban mirando, desde las aguas, en qué forma les daban muerte. 

Otra vez introdujeron dos bergantines en Xocotitlan. Cuando allí hubieron anclado, se fueron hacia las casas de los que habitaban allí. Pero Tzilacatzin y algunos otros guerreros cuando vieron a los españoles, se arrojaron contra ellos, los vinieron acosando, los estrecharon tanto que los precipitaron al agua. También en otra ocasión llevaron sus bergantines al rumbo de Coyonacazco para dar batalla y atacar. Y cuando hubieron llegado allá salieron algunos españoles. Venían guiando a aquella gente Castañeda y Xicoténcatl. Éste venía trayendo su penacho de plumas de quetzal. Tiraron con la ballesta y uno fue herido en la frente, con lo cual murió al momento. El que tiró la ballesta era Castañeda. Se arrojaron sobre él los guerreros mexicanos y a todos los acosaron, los hicieron ir por el agua y a pedradas los abrumaron. Hubiera muerto allí Castañeda, pero se quedó cogido de la barca y fue a salir a Xocotitlan. 

Había puesto otro bergantín en la espalda de la muralla, donde la muralla da vuelta, y otro estaba en Teotlecco, donde el camino va recto hacia el Peñón (Tepetzinco). Estaban como en resguardo de la laguna. Por la noche se los llevaron. Y hasta pasados algunos días otra vez contra nosotros vinieron. Vinieron a resultar por el rumbo de Cuahuecatitlan, en el camino se colaron. Y los de Tlaxcala, Acolhuacan, Chalco luego llenaron el canal, y de esta manera prepararon camino. Echaron allí adobes, maderamento de las casas: los dinteles, las jambas, los pilares, las columnas de madera. Y las cañas que cercaban, también al agua las arrojaron. Cuando así se hubo cegado el canal, ya marchan los españoles, cautelosaumente van caminando: por delante va el pendón; van tañendo sus chirimías, van tocando sus tambores. A su espalda van en fila los tlaxcaltecas todos, y todos los de los pueblos (aliados de los españoles). Los tlaxcaltecas se hacen muy valientes, mueven altivos sus cabezas, se dan palmadas sobre el pecho. 

Van cantando ellos, pero también cantando están los mexicanos. De un lado y de otro se oyen cantos. Entonan los cantares que acaso recuerdan, y con sus cantos se envalentonan. Cuando llegan a tierra seca, los guerreros mexicanos se agazapan, se pliegan a la tierra, se esconden y se hacen pequeños. Están en acecho esperando a qué horas alzarse deben, a qué horas han de oír el grito, el pregón de ponerse en pie.         

Y se oyó el grito: ¡Mexicanos, ahora es cuando!... Luego viene a ver las cosas el tlapaneca otomí Hecatzin; se lanza contra ellos y dice: ¡Guerreros de Tlatelolco, ahora es cuando! ¿Quiénes son esos salvajes? ¡Que se dejen venir acá!... Y al momento derribó a un español, lo azotó contra el suelo. Y éste se arrojó contra él y también lo echó por tierra. Hizo lo que con él había aquél hecho primero. Pero (Hecatzin) lo volvió a derribar y luego vinieron otros a arrastrar a aquel español. Hecho esto, los guerreros mexicanos vinieron a arrojarlo por allá. Los que habían estado recatados junto a la tierra, se fueron persiguiendo a los españoles por las calles. Y los españoles, cuando los vieron, estaban meramente como si se hubieran embriagado. Al momento comenzó la contienda para atrapar hombres.

Fueron hechos prisioneros muchos de Tlaxcala, Acolhuacan, Chalco, Xochimilco. Hubo gran cosecha de cautivos, hubo gran cosecha de muertos. Fueron persiguiendo por el agua a los españoles y a toda la gente (aliada suya). Pues el camino se puso resbaloso, ya no se podía caminar por él; solamente se resbalaba uno, se deslizaba sobre el lodo. Los cautivos eran llevados a rastras. Allí precisamente fue donde el pendón fue capturado, allí fue arrebatado. Los que lo ganaron fueron los de Tlatelolco. El sitio preciso en que lo capturaron fue en donde hoy se nombra San Martín. Pero no lo tuvieron en estima, ningún caso hizo de él. Otros (de los españoles) se pusieron en salvo. 

Fueron a retraerse y reposar allá por la costa de rumbo de Colhuacan, en la orilla del canal. Allá fueron a colocarse. Pues ahora ya llevan los mexicanos a sus cautivos al rumbo de Yacacolco. Se va a toda carrera, y ellos resguardan a sus cautivos. Unos van llorando, otros van cantando, otros se van dando palmadas en la boca, como es costumbre en la guerra. Cuando llegaron a Yacacolco, se les pone en hilera, en filas fueron puestos: uno a uno va subiendo al templete: allí se hace el sacrificio. Fueron delante los españoles, ellos hicieron el principio.

Y en seguida van en pos de ellos, los siguen todos los de los pueblos (aliados de ellos). Cuando acabó el sacrificio de éstos, luego ensartaron en picas las cabezas de los españoles; también ensartaron las cabezas de los caballos. Pusieron éstas abajo, y sobre ellas las cabezas de los españoles. Las cabezas ensartadas están con la cara al sol. Pero las cabezas de los pueblos aliados, no las ensartaron, ni las cabezas de gente de lejos. Ahora bien, los españoles cautivados fueron cincuenta y tres y cuatro caballos. Por todas partes estaban en guardia, había combates, y no se dejaba de vigilar. Por todos los rumbos nos cercaban los de Xochimilco en sus barcas. De un lado y de otro se hacían cautivos, de un lado y otro había muertos. 

Y todo el pueblo estaba plenamente angustiada, padecía hambre, desfallecía de hambre. No bebían agua potable, agua limpia, sino que bebían agua de salitre. Muchos hombres murieron, murieron de resultas de la disentería. Todo lo que se comía eran lagartijas, golondrinas, la envoltura de las mazorcas, la grama salitrosa. Andaban masticando semillas de colorín y lirios acuáticos, y relleno de construcción, y cuero y piel de venado. Lo asaban, lo requemaban, lo tostaban, lo chamuscaban y lo comían. Algunas yerbas ásperas y aun barro. Nada hay como este tormento: tremendo es estar sitiado. Dominó totalmente el hambre. 

Poco a poco nos fueron repegando a las paredes, poco a poco nos fueron haciendo ir retrocediendo. Los españoles entran al mercado de Tlatelolco Y sucedió una vez que otros de a caballo entraron al mercado. Y después de haber entrado, recorrieron su circuito, fueron caminando al lado del muro que cierra el cercado. Iban dando estocadas a los guerreros mexicanos, de modo que muchos murieron. Atropellaron todo el mercado. Fue la primera vez que vinieron a dar al mercado. Luego se fueron, retrocedieron. Los guerreros mexicanos echaron a correr tras ellos, fueron en su seguimiento. Pues la primera vez que entraron al mercado los españoles fue de improviso, sin que se dieran cuenta de ello (los mexicanos).

Fue en este mismo tiempo cuando pusieron fuego al templo, lo quemaron. Y cuando se le hubo puesto fuego, inmediatamente ardió: altas se alzaban las llamas, muy lejos las llamaradas subían. Hacían al arder estruendo y reverberaban mucho. Cuando ven arder el templo, se alza el clamor y el llanto, entre lloros uno a otro hablaba los mexicanos. Se pensaba que después el templo iba a ser saqueado. Largo tiempo se batalló en el mercado, en sus bordes se estableció el combate: apenas dejaban libre el muro por el rumbo en que la cal se vende. Pero por donde se vende el incienso, y en donde estaban los caracoles del agua, y en la casa de las flores, y en todos los reductos que quedan entre las casas, iban entrando. Sobre el muro se mantenían los guerreros mexicanos y de todas las casas de los habitantes de Quecholan, que están al entrar al mercado se hizo como un solo muro. Sobre de las azoteas estaban muchos colocados. Desde allí arrojaban piedras desde allí lanzaban dardos. Y todas aquellas casas de los de Quecholan fueron perforadas por detrás, se les hizo un hueco no grande, para que al ser perseguidos por los de a caballo, cuando iban a lancearlos, o estaban para atropellarlos, y trataban de cerrarles el paso, los mexicanos por esos huecos se metieran. 

Sucedió en una ocasión que llegaron los españoles hasta Atliyacapan. Desde luego saquearon y atraparon a las gentes para llevárselas, pero cuando los vieron los guerreros mexicanos, luego los persiguieron, les hicieron disparos de flechas los mexicanos. Iba andando por ahí un jefe cuáchic llamado Axoquentzin. Acosó a los enemigos, les hizo soltar su presa, los hizo retroceder: ese jefe allí murió: le dieron una estocada: le atravesaron el pecho: en el corazón le entró el estoque. De ambas partes cogido, quedó allí muerto. Entonces los enemigos se replegaron y en el suelo se tendieron. También allá en Yacacolco hubo batallas. Los españoles lanzaban sus pasadores. En fila bien colocados iban dándoles ayuda, dándoles consejos aquellos cuatro reyes. 

Pero los guerreros mexicanos se pusieron en acecho, para entrar por la retaguardia, cuando el sol hubiera declinado. Pero, hecho esto, llegaron algunos de los enemigos y treparon a las azoteas, y desde allí, luego gritaron: –Ea, gente de Tlaxcala: venid a juntaros acá. ¡Aquí están vuestros enemigos! Entonces lanzaron dardos contra los emboscados: éstos se entregaron a general desbandada. Cuáchic: El hombre varón fuerte llamado quáchic, tiene estas propiedades, que es amparo, muralla de los suyos, furiosos, rabioso contra sus enemigos, valentazo por ser membrudo, al fin es señalado en la valentía. (Con toda calma llegaron aquéllos hasta Yacacolco: allí se trabó el combate.   

Pero allí nada más hallaron resistencia no pudieron abrir las columnas de los tlatelolcas: éstos apostados en la ribera opuesta lanzaban contra aquéllos, dardos, lanzaban piedras a los mexicas. Ya no pudieron los españoles seguir pasando los vados, ya no tomaron puente ninguno…En este tiempo colocaron los españoles en el templete una catapulta hecha de madera, para arrojar piedras a los mexicanos. Cuando ya la habían acabado, cuando estaba para tirar, la rodearon muchos a ella, la señalaban con el dedo, la admiraban unos con otros los mexicas que estaban reunidos en Amáxac. Todos los del pueblo bajo estaban allí mirando. Los españoles manejan para tirar en contra de ellos. Van a lanzarles un tiro como si fuera una honda. En seguida le dan vueltas, dan vueltas en espiral, y dejan enhiesto luego el maderamiento de aquella máquina de palo que tiene forma de honda. Pero no cayó la piedra sobre los naturales, sino que pasó a caer tras ellos en un rincón del mercado. Por esto se pelearon unos con otros, según pareció, los españoles. Señalaban con las manos hacia los mexicas y hacían gran alboroto. Pero el artificio aquél de madera iba dando vuelta y vuelta, sin tener dirección fija, sólo con gran lentitud iba enderezando su tiro. Luego se dejó ver qué era: en su punta había una honda, la cuerda era muy gruesa. Y por tener esa cuerda se le dio el nombre de "honda de palo". 

Una vez más se replegaron a una los españoles y todos los de Tlaxcala. Otra vez se ponen en hileras en Yacacolco, en Tecpancaltitlan y en donde se vende el incienso. Y allá en Acocolecan dirigía (su jefe) a los que nos acosaban, lentamente iba pasando por la tierra. Contraataque de los mexicas Por su parte, los guerreros mexicanos vienen a ponerse en pie de defensa, en hileras. Muy fuertes se sienten, muy viriles se muestran. Ninguno se siente tímido, nadie muestra ser femenil. Dicen: –Caminad hacia acá, guerreros, ¿quiénes son esos salvajillos? ¡Son gentuza del sur de Anáhuac! Los guerreros mexicanos no van en una dirección, van y vienen por doquiera. Nadie se para en directo, nadie va por línea recta. Ahora bien, los españoles muchas veces se disfrazaban: no se mostraban lo que eran. Como se aderezan los de acá, así se aderezaban ellos. Se ponían insignias de guerra, se cubrían arriba con una tilma, para engañar a la gente, iban del todo encubiertos, de este modo hacían caer en error. Cuando a alguno habían flechado los españoles, la gente se replegaba contra la tierra, había desbandada. Estaban muy atentos. Fijaban la mirada para ver por cual rumbo venía a salir el tiro. Estaban muy en guardia, se recataban muy bien los guerreros de Tlatelolco. 

                                  

Bernal Díaz del Castillo, soldado de Hernán Cortés escribe que los españoles han llegado a América «por servir a Dios y a Su Majestad y también por haber riquezas»

Los enviados regalaron a los españoles collares de oro y banderas de plumas de quetzal. Los españoles «estaban deleitándose. Como si fueran monos levantaban el oro, como que se sentaban en ademán de gusto, como que se les renovaba y se les iluminaba el corazón. Como que cierto es que eso anhelan con gran sed. Se les ensancha el cuerpo por eso, tienen hambre furiosa de eso. Como unos puercos hambrientos ansían el oro», dice el texto náhuatl preservado en el Códice Florentino.

En pocas líneas narran los informantes indígenas de Sahagún el modo como comenzó la terrible matanza del Templo Mayor perpetrado por Pedro de Alvarado. Después de describir el principio de la fiesta de Tóxcatl, "mientras se van enlazando unos cantos con otros", aparecen de pronto los españoles entrando al patio sagrado: Inmediatamente cercan a los que bailan, se lanzan al lugar de los atabales: dieron un tajo al que estaba tañendo: le cortaron ambos brazos. Luego lo decapitaron: lejos fue a caer su cabeza cercenada. Al momento todos acuchillan, alancean a la gente y le dan tajos, con las espadas los hieren. A algunos les acometieron por detrás; inmediatamente cayeron por tierra dispersadas sus entrañas. A otros les desgarraron la cabeza: les rebanaron la cabeza, enteramente hecha trizas quedó su cabeza. Pero a otros les dieron tajos en los hombros: hechos grietas, desgarrados quedaron sus cuerpos. A aquéllos hieren en los muslos, a éstos en las pantorrillas, a los de más allá en pleno abdomen. Todas las entrañas cayeron por tierra. Y había algunos que aún en vano corrían: iban arrestando los intestinos y parecían enredarse los pies en ellos. Anhelosos de ponerse a salvo, no hallaban a donde dirigirse. 

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LOS ÚLTIMOS DÍAS DEL SITIO DE TENOCHTITLAN

 Y todo esto pasó con nosotros.

Nosotros lo vimos,

nosotros lo admiramos.

Con esta lamentosa y triste suerte

nos vimos angustiados.

En los caminos yacen dardos rotos,

los cabellos están esparcidos.

Destechadas están las casas,

enrojecidos tienen sus muros.

Gusanos pululan por calles y plazas,

y en las paredes están salpicados los sesos.

Rojas están las aguas, están como teñidas,

y cuando las bebimos,

es como si bebiéramos agua de salitre.

Golpeábamos, en tanto, los muros de adobe,

y era nuestra herencia una red de agujeros.

Con los escudos fue su resguardo, pero

ni con escudos puede ser sostenida su soledad.

Hemos comido palos de colorín,

hemos masticado grama salitrosa,

piedras de adobe, lagartijas,

ratones, tierra en polvo, gusanos . . .

Comimos la carne apenas,

sobre el fuego estaba puesta.

Cuando estaba cocida la carne,

de allí la arrebataban,

en el fuego mismo, la comían.

Se nos puso precio.

Precio del joven, del sacerdote,

del niño y de la doncella.

Basta: de un pobre era el precio

sólo dos puñados de maíz,

sólo diez tortas de mosco;

sólo era nuestro precio veinte tortas de grama salitrosa.

Oro, jades, mantas ricas,

plumajes de quetzal,

todo eso que es precioso,

en nada fue estimado …

fcr.alternativa@yahoo.com


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