LEMA

! POR LA LIBERACION ECONÓMICA, CULTURAL Y POLÍTICA DE NUESTROS PUEBLOS !







15 octubre 2019

MEMORIA EN MOVIMIENTO

Todo un éxito la Jornada por el 68, organizado por el FCR, 
en diferentes Escuelas del IPN y la UAEH, con auditorios llenos.

Miguel León Portilla y José José, dos mexicanos que sin lugar a duda van a trascender la dimensión de su tiempo terrenal, por su quehacer en el Arte y la Cultura.

Con la Visión de los vencidos, el maestro León Portilla, permitió escuchar al pueblo azteca, derrotado por el conquistador español, Y el Príncipe de la canción, interpretó, por así decirlo al Amor derrotado.   

También el Movimiento Estudiantil de 1968, fue derrotado por la feroz y brutal represión ejercida por el gobierno autoritario del asesino de Díaz Ordaz.

Sin embargo, el tiempo da la razón a las causas justas y verdaderas, Por eso es importante guardar la Memoria, así como el pueblo seguirá recordando las canciones de José José o leerá los libros de León Portilla, así también recordará la lucha por las Libertades Democráticas de los estudiantes del 68.

Con la 4ª Transformación estamos en el camino, para que la Cultura, el Amor y la Democracia, florezcan hoy en México.

¡POR LA LIBERACIÓN ECONÓMICA, CULTURAL Y POLÍTICA DE NUESTROS PUEBLOS!

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Hace 51 años, un 2 de octubre *


El de 1968 fue el año de Vietnam; de Biafra; del asesinato de Martin Luther King; del de Robert Kennedy; después del de su hermano, John F. Kennedy, presidente de Estados Unidos; de la reivindicación del pueblo negro; de los Black Panthers; de la Primavera Negra; del movimiento jipi que llegó hasta la humilde choza ahumada en las montañas de Oaxaca de la chamana María Sabina, quien ofició la ceremonia de los hongos alucinantes y, sin embargo, para México, 1968 tiene un solo nombre: Tlatelolco, 2 de octubre.

“Ho Ho Ho Chi Minh, Diaz Ordaz, chin, chin, chin.”

Ho Chi Minh, el maravilloso jefe de la República Democrática de Vietnam, era una figura casi tan carismática para los estudiantes en 1968 como el Che Guevara, La guerra de Estados Unidos contra Vietnam conoció el repudio absoluto de los estudiantes de Berkeley y, a partir de 1963, las manifestaciones de protesta fueron continuas. Los muchachos estadunidenses no sólo lucharon por el “free speech”, la libertad de cátedra y la libertad de credo, sino que se negaron a acatar los designios gubernamentales y empresariales: entrar al proceso triturador del big business (sobre todo a la industria de guerra) y rechazar el futuro que les tenían prometido. Se opusieron a la poderosa maquinaria estatal llevando una flor amarilla en los cabellos (que por cierto crecían alargando su antagonismo). Frente a la universidad, los floreados muchachos de Berkeley detenían a los soldados recién enrolados pidiéndoles: “Don’t go. This is genocide”. Y les sonreían: Peace and love.

No sólo eran los estadunidenses los rebeldes: los jóvenes del mundo entero alzaban la mano, algunos con el puño cerrado, otros haciendo la V de la victoria. Tenían mucho que reclamar a la sociedad. ¿Qué mundo les heredaban sus padres? ¿Qué harían al graduarse? ¿Qué les ofrecía la sociedad de consumo? ¿Deseaban realmente ser parte de un engranaje de producción masiva? En Europa, las perspectivas de la juventud eran desoladoras. No había trabajo para los egresados de las universidades. ¿Dónde se emplearían?

Dentro de esas circunstancias de inquietud y descontento se dio el gran rechazo al orden establecido, al status quo, a los partidos, a los gobiernos. En mayo de 1968, en París, el general Charles de Gaulle, héroe de la Segunda Guerra Mundial, fustigó a los estudiantes que paralizaban la vida cotidiana de París con sus barricadas, pintaban los muros de la Sorbona y se rehusaban entrar a clase. Les dijo que no comprendía que siguieran a un líder judío-alemán, Daniel Cohen-Bendit, apodado Danny el Rojo. Al día siguiente, en una de sus marchas multitudinarias, los estudiantes tomaron la calle repitiendo una y otra vez: Nous- sommes- tous- des- juifs- allemands, es decir, Todos somos judíos alemanes. Las guerras quedaban olvidadas, los jóvenes eran uno solo, el repudio era de todos. Si en Francia la falta de oportunidades, De Gaulle y su gobierno fueron el objetivo estudiantil, en México el partido oficial, el PRI, la corrupción, el Presidente y su gabinete, el cuerpo policiaco de granaderos, los absurdos delitos de disolución social y ataque a las vías públicas, fueron el detonador del movimiento de 1968, al que José Revueltas llamó enloquecido movimiento de pureza.

¿Qué querían los estudiantes? ¿Qué pedían?

Vallejo-libertad, Vallejo-libertad, Vallejo-libertad.

Demetrio Vallejo y Valentín Campa llevaban 12 años en la cárcel. Eran dos líderes, dos conciencias libres, dos símbolos. Hacia ellos podían mirar los estudiantes. Vallejo se había negado a transar en la gran huelga ferrocarrilera de 1958 que paralizó al país pidiendo un mejor salario para los trabajadores del riel. Claro, muchos jóvenes desconocían el movimiento ferrocarrilero, pero la Universidad y el Politécnico están allí para informar, concientizar (palabra eminentemente universitaria), poner en marcha, enseñar a pasar de la práctica a la acción. Los estudiantes querían ligar su movimiento a otros, al de los trabajadores y, aunque jamás consiguieron su apoyo (una de las razones de su fracaso), hicieron varios intentos de acercamiento. Obrero, toma tu volante, toma obrero, decían las niñas universitarias. Sus grandes manifestaciones, la de agosto 13, la de agosto 27, la del Silencio, la del rector Javier Barros Sierra, cuya conducta resultó irreprochable, conmovieron a la sociedad mexicana. Más de 500 mil muchachos y muchachas acompañados por padres y familiares descendían por el Paseo de la Reforma al Zócalo suscitando el entusiasmo de espectadores hasta entonces indiferentes, por no decir inermes.

Muchos se les unieron. Muchos se emocionaron; México podía incluirlos, devolverles algo de lo que le habían dado, y entre todos podrían crear una sociedad en la que cupieran todos, una sociedad de acuerdo a los ideales zapatistas. Hasta ese día, ninguna demostración antigubernamental en la historia de México había levantado tanta ámpula.

Félix Hernández Gamundi, amigo inseparable de Raúl Álvarez Garín, líder indiscutible del movimiento estudiantil, llamó, en el Zócalo, 51 años después, a construir un nuevo modelo nacional, y guardó un minuto de silencio por los caídos en 1968 y los que murieron después, como el propio Álvarez Garín, María Fernanda Campa –a quien todos llamábamos Chata–, Roberta Avendaño Tita, José Revueltas, Manuel Marcué Pardiñas, Heberto Castillo, Luis Tomás Cervantes Cabeza de Vaca, Armando y Adelita Castillejos, Carlos Fernández del Real, Luis González de Alba, Fausto Trejo, Leopoldo Ayala, Eli de Gortari y otros, cuyos nombres no alcancé a retener.

El Pino, Salvador Martínez della Rocca, es incendiario y convencería a una piedra, pero Félix pone los puntos sobre las íes. En la actualidad, como Generación 68, Gamundi piensa en el futuro de jóvenes, receptivos y cercanos, que buscan conseguir un buen empleo. Una cantidad de muchachos que no alcanzan a entrar a la UNAM obtiene becas en universidades privadas y al graduarse tienen que devolver lo que recibieron. Al pedir un nuevo modelo creativo en la educación superior, Gamundi piensa en la formación de un país en el que destaquen científicos y humanistas dispuestos a permanecer en México en vez de ir a enriquecer laboratorios internacionales.

La inolvidable ingeniera María Fernanda Campa, Chata, quien murió el 16 de enero de 2019 a los 78 años, la primera geóloga mexicana que lo sabía todo de nuestro petróleo y de las transas de su sindicato, habría estado de pie en el Zócalo al lado de Félix Hernández Gamundi. La Chata puso toda su fe en los estudios superiores y la escuché decir en varias ocasiones (la última en la FES-Acatlán) que las mujeres tenían que acceder a las carreras consideradas sólo para hombres. Ojalá en este nuevo modelo nacional del que nos habla Hernández Gamundi aparezcan también mujeres del calibre y la capacidad de entrega de la Chata.

* Elena Poniatowska
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Mis recuerdos imborrables del 2 de octubre de 1968.
Arturo Díaz Bustos


El miércoles 2 de octubre de 1968, siendo estudiante de primer año de vocacional, me encontraba en las instalaciones de la escuela vocacional 1 alrededor de las 16:30 horas, con compañeros brigadistas y dirigentes de la escuela, preparándonos para asistir al mitin programado ese día a las 17:30 horas en la plaza de las tres culturas en Tlatelolco.

Éramos alrededor de 40 compañeros que nos organizamos para detener y ocupar un autobús de pasajeros para dirigirnos a dicha plaza. Llegamos a la plaza por la avenida San Juan de Letrán, hoy Eje Central Lázaro Cárdenas, caminamos por el pasillo que existe entre las ruinas y la extinta escuela vocacional 7, que en esos momentos se encontraba ocupada por granaderos, hasta situarnos frente al edificio Chihuahua.  

Nuestro contingente de la escuela se colocó frente al edificio Chihuahua a la altura de donde se encontraban los oradores del movimiento y periodistas en el tercer piso del edificio, a unos 20 metros más menos antes de los escalones que se encuentran para bajar al edificio Chihuahua desde la plaza, los escalones se encontraban totalmente llenos de estudiantes de la UNAM. A mi lado izquierdo se encontraba Rolando Brito, inseparable amigo del movimiento estudiantil y de la vida.


Después de varios minutos de iniciado el mitin, los dirigentes del Consejo Nacional de Huelga (CNH) nos alertan de que se aproximan los soldados del ejército que vienen desde la avenida San Juan de Letrán y nos llaman a mantener la calma, al mismo tiempo vemos un helicóptero sobrevolar la plaza, instantes después vemos caer del cielo unas luces de bengala a un lado de la iglesia e inmediatamente se escuchan disparos y observamos que personas con un guante blanco y pistola en mano van sobre todos los estudiantes que se encontraban en el piso 3 del edificio, por lo que los estudiantes que nos encontrábamos en la plaza frente a ellos gritamos, “hay que rescatarlos” y tratamos de avanzar hacia el edificio pero en ese instante empiezan a ver disparos desde el edificio Chihuahua hacia la plaza. Ese momento es el parteaguas entre Rolando y yo, ya que mientras yo volteo a ver dónde venían los soldados, él corre hacia el lado norte de la plaza sin darme cuenta, al volver a buscarlo ya no se encuentra y yo quedo solo en un claro; veo venir a unos pocos metros los soldados que avanzan hacia mí disparando con sus rifles, corro para protegerme hacía el sur de la plaza cayendo a un lado de una ruina de forma circular. Ahí se encontraban muchas personas haciendo lo mismo. Tiempo después me enteré que Rolando logró escapar junto con las personas que salieron de la plaza por el lado norte y que un compañero de la vocacional que estaba con nosotros murió por un disparo.

Cuando me encontraba en la ruina protegiéndome, en ese momento solo pensaba en escapar de esa zona, por lo que corrí hacia una tienda que se encontraba frente de mí en la planta baja del edificio Chihuahua, vendía artículos de vidrio, los cuales se oían como se rompían con los disparos, ahí los disparos eran más frecuentes y había personas heridas pidiendo auxilio, todos nos encontrábamos tirados en el piso, esperando que pararan de disparar. Hubo un momento que dejaron de disparar lo que aproveché para salir de la tienda y traté de llegar a las escaleras del edificio, pero ya estaban los sujetos del guante blanco apuntando con sus pistolas a los estudiantes que tenían detenidos, los cuales se encontraban pegados a la pared de los elevadores. Viendo esto, corrí a esconderme fuera del edificio refugiándome en una de las columnas del lado oriente del edificio donde pude cubrirme, esta zona se fue llenando rápidamente por más personas que huían de los disparos. Ahí permanecimos varias horas escondidos, escuchando los disparos que se siguieron realizando, hasta que los soldados nos encontraron y nos pasaron al estacionamiento ubicado en la esquina sur poniente del edificio Chihuahua, detrás de una tanqueta que se encontraba en ese lugar, ese punto donde permanecimos, era la calle por donde llegaban y salían las ambulancias, por lo que fuimos testigos de ver los muertos y heridos que sacaban de la plaza, durante el tiempo que estuvimos.

Alrededor de la media noche, se volvieron a escuchar otra vez disparos en el edificio Chihuahua y la tanqueta que se encontraba frente a los que estábamos ahí, empezó a disparar sobre todas las ventanas del edificio, como si estuviésemos en guerra, escena que nunca se me olvidará, pues me hizo recordar las escenas de Vietnam que pasaban en la televisión.

Terminada las ráfagas de la metralleta de la tanqueta que duró muchos minutos y una vez que ya no se escucharon más disparos, me trasladaron a la pared de la iglesia del lado sur, en ese lugar ya se encontraban cientos de personas formadas en hileras, ahí permanecí hasta que nos fueron subiendo en camiones de las rutas de pasajeros que había en la ciudad; al ir pasando formados en hileras los policías no dejaban de golpearnos con sus macanas o dando patadas los soldados. Ya era la madrugada del día 3 de octubre.

Dentro del camión nos dijeron que nos tiráramos en el piso y que no levantáramos la cabeza, aquel que lo intentaba hacer, era golpeado en la cabeza con una macana, pues iban granaderos custodiándonos. Ya casi amaneciendo llegamos a la penitenciaría de Santa Martha Acatitla, donde fuimos recibidos por el director del penal. Ahí nos recibió con un discurso (“rollo”) y nos dijo que estaríamos recluidos hasta saber cuál era nuestra situación legal. Nos distribuyeron en distintas celdas, las cuales eran para dos personas supongo, porque tenían dos camas de concreto en forma de litera, pero en ella nos metieron a doce personas. Alrededor de las dos de la tarde nos dieron un bolillo y un café, eso fue nuestro alimento de todo ese día. En la madrugada del día 4 de octubre nos sacaron de las celdas, una por una fueron abiertas, no todas a la vez, al salir de la celda nos pusieron   contra la pared del pasillo a media luz y después agentes pasaban con fotos tratando de identificar si aparecíamos en alguna de ellas, alumbrándonos el rostro con una lámpara y haciéndonos preguntas sobre el movimiento y quienes eran sus dirigentes, de los que estaban en mi celda, sólo una persona fue identificada en alguna foto y sacada de la celda, ya no supimos de él.

La siguiente madrugada (5 de octubre) nos presentaron ante el ministerio público, ahí nos tomaron las huellas de los dedos y fotos, nos hicieron la prueba de la parafina para ver si habíamos disparado alguna arma y posteriormente realizamos nuestra declaración bajo interrogatorios.

En el transcurso de ese día, 5 de octubre, tuvimos la visita de un médico para que checara nuestro estado de salud y gracias a él, pudimos avisarles a nuestras familias donde nos encontrábamos, ya que no sabían nada de nosotros pues estábamos desaparecidos, aprovecho la ocasión para expresar mi más sincero agradecimiento a ese médico desconocido, su apoyo fue invaluable en esos momentos y consistió en realizar una llamada telefónica a nuestra casa, los datos de cada uno de los que estábamos ahí, se lo proporcionamos en una caja de un medicamento que nos proporcionó para que nos anotáramos, la cual escondió entre sus ropas. La madrugada del día 6 de octubre fui liberado del penal. 

“Dos de octubre no se olvida”. 

ESIME Zacatenco, 2/oct/2019

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Entrada de los españoles a México-Tenochtitlan

Y cuando hubieron llegado y entrado a la Casa Real, luego lo tuvieron en guardia, lo mantuvieron en vigilancia. No fue exclusivo de él, también a Itzcuauhtzin juntamente. En cuanto a los demás salieron fuera. 

    Y así las cosas, luego se disparó un cañón: como que se confundió todo. Se corría sin rumbo, se dispersaba la gente sin ton ni son, se desbandaban, como si los persiguieran de prisa. 

    Todo esto era así como si todos hubieran comido hongos estupefacientes, como si hubieran visto algo espantoso. Dominaba en todos el terror, como si todo el mundo estuviera descorazonado. Y cuando anochecía, era grande el espanto, el pavor se tendia sobre todos, el miedo dominaba a todos, se les iba el sueño, por el temor. 

    Cuando hubo amanecido, luego se dio pregón de todo lo que se necesitaba para ellos: tortillas blancas, gallinas de la tierra fritas, huevos de gallina, agua limpia, leña, leña rajada, carbón. Cazoletas anchas, tersas y pulidas, jarritos, cántaros, tacitas, y en suma, todo artefacto de cerámica. Esto era lo que había mandado Motecuhzoma. 

    Pero los principales a quienes mandaba esto, ya no le hacían caso, sino que estaban airados, ya no le tenían acatamiento, ya no estaban de su parte. Ya no era obedecido. 

    Y, sin embargo, llevaban en bateas, daban todo aquello que se requería. Cosas de comer, cosas de beber y agua y pastura para los caballos. 

Los conquistadores muestran su interés por el oro

Cuando los españoles se hubieron instalado, luego interrogaron a Motecuhzoma tocante a los recursos y reservas de la ciudad: las insignias guerreras, las escudos; mucho le rebocaban y mucho le requerían el oro. 

    Y Moctecuhzoma luego los va guiando. Lo rodeaban, se apretaban a él. Él iba en medio, iba delante de ellos. Lo van apretando, lo van llevando en cerco. 

    Y cuando hubieron llegado a la casa del tesoro, llamada Teucalco, luego se sacan afuera todos los artefactos tejidos de pluma, tales como travesaños de pluma de quetzal, escudos finos, discos de oro, collares de los dioses, las lunetas de la nariz, hechas de oro, las grebas de oro, las ajorcas de oro, las diademas de oro. 

    Inmediatamente fue desprendido de todos los escudos el oro lo mismo que de todas las insignias. Y luego hicieron una gran bola de oro, y dieron fuego, encendieron, prendieron llama a todo lo que restaba, por valioso que fuera: con lo cual todo ardió. 
    Y en cuanto al oro, los españoles lo redujeron a barras, y de los chalchihuites, todos los que vieron hermosos los tomaron; pero las demás de estas piedras se las apropiaron los tlaxcaltecas. 

   Y anduvieron por todas partes, anduvieron hurgando, rebuscaron la casa del tesoro, los almacenes, y se adueñaron de todo lo que vieron, de todo lo que les pareció hermoso. 

Capítulo VIII de la Visión de los vencidos

12 de octubre de 1492 se inicia la invasión y avallasamiento de los pueblos originarios de este continente.
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El Triste

Que triste fue decirnos adiós
Cuando nos adorábamos más
Hasta la golondrina emigró
Presagiando el final

Que triste luce todo sin ti
Los mares de las playas se van
Se tiñen los colores de gris
Hoy todo es soledad

No se si vuelva a verte después
No se que de mi vida será
Sin el lucero azul de tú ser
Que no me alumbra ya

Hoy quiero saborear mi dolor
No pido compasión ni piedad
La historia de este amor se escribió
Para la eternidad

Que triste todos dicen que soy
Que siempre estoy hablando de ti
No saben que pensando en tu amor
En tu amor, he podido ayudarme a vivir

He podido ayudarme a vivir, 
 he podido ayudarme a vivir.

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