LEMA

! POR LA LIBERACION ECONÓMICA, CULTURAL Y POLÍTICA DE NUESTROS PUEBLOS !







14 octubre 2015

¿DÍA DE LA RAZA O DE LA CONQUISTA?


En 1492, los nativos descubrieron que eran indios, descubrieron que vivían en América, descubrieron que estaban desnudos, descubrieron que existía el pecado, descubrieron que debían obediencia a un rey y a una reina de otro mundo y a un dios de otro cielo, y que ese dios había inventado la culpa y el vestido y había mandado que fuera quemado vivo quien adorara al sol y a la luna y a la tierra y a la lluvia que la moja.

Eduardo Galeano (Los hijos de los días)


¡POR LA LIBERACIÓN ECONÓMICA, CULTURAL Y POLÍTICA DE NUESTROS PUEBLOS!

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EL SIGNO DE LA CRUZ 
EN LAS EMPUÑADURAS DE LAS ESPADAS
(Del libro de Eduardo Galeano)*
 “LAS VENAS ABIERTAS DE AMÉRICA LATINA”


Cuando Cristóbal Colón se lanzó a atravesar los grandes espacios vacíos al oeste de la Ecúmene, había aceptado el desafío de las leyendas. Tempestades terribles jugarían con sus naves, como si fueran cáscaras de nuez, y las arrojarían a las bocas de los monstruos; la gran serpiente de los mares tenebrosos, hambrienta de carne humana, estaría al acecho. Sólo faltaban mil años para que los fuegos purificadores del juicio final arrasaran el mundo, según creían los hombres del siglo xv, y el mundo era entonces el mar Mediterráneo con sus costas de ambigua proyección hacia el África y Oriente. 
Los navegantes portugueses aseguraban que el viento del oeste traía cadáveres extraños y a veces arrastraba leños curiosamente tallados, pero nadie sospechaba que el mundo sería, pronto, asombrosamente multiplicado. 

América no sólo carecía de nombre. Los noruegos no sabían que la habían descubierto hacía largo tiempo, y el propio Colón murió, después de sus viajes, todavía convencido de que había llegado al Asia por la espalda. En 1492, cuando la bota española se clavó por primera vez en las arenas de las Bahamas, el Almirante creyó que estas islas eran una avanzada del Japón. Colón llevaba consigo un ejemplar del libro de Marco Polo, cubierto de anotaciones en los márgenes de las páginas. Los habitantes de Cipango, decía Marco Polo, «poseen oro en enorme abundancia y las minas donde lo encuentran no se agotan jamás... También hay en esta isla perlas del más puro oriente en gran cantidad. Son rosadas, redondas y de gran tamaño y sobrepasan en valor a las perlas blancas». La riqueza de Cipango había llegado a oídos del Gran Khan Kublai, había despertado en su pecho el deseo de conquistarla: él había fracasado. De las fulgurantes páginas de Marco Polo se echaban al vuelo todos los bienes de la creación; había casi trece mil islas en el mar de la India con montañas de oro y perlas, y doce clases de especias en cantidades inmensas, además de la pimienta blanca y negra. 

La pimienta, el jengibre, el clavo de olor, la nuez moscada y la canela eran tan codiciados como la sal para conservar la carne en invierno sin que se pudriera ni perdiera sabor. Los Reyes Católicos de España decidieron financiar la aventura del acceso directo a las fuentes, para liberarse de la onerosa cadena de intermediarios y revendedores que acaparaban el comercio de las especias y las plantas tropicales, las muselinas y las armas blancas que provenían de las misteriosas regiones del oriente. El afán de metales preciosos, medio de pago para el tráfico comercial, impulsó también la travesía de los mares malditos. Europa entera necesitaba plata; ya casi estaban exhaustos los filones de Bohemia, Sajonia y el Tirol.

España vivía el tiempo de la reconquista. 1492 no fue sólo el año del descubrimiento de América, el nuevo mundo nacido de aquella equivocación de consecuencias grandiosas. Fue también el año de la recuperación de Granada. Fernando de Aragón e Isabel de Castilla, que habían superado con su matrimonio el desgarramiento de sus dominios, abatieron a comienzos de 1492 el último reducto de la religión musulmana en suelo español. Había costado casi ocho siglos recobrar lo que se había perdido en siete años (1), y la guerra de reconquista había agotado el tesoro real. Pero ésta era una guerra santa, la guerra cristiana contra el Islam, y no es casual, además, que en ese mismo 13 año 1492 ciento cincuenta mil judíos declarados fueran expulsados del país. España adquiría realidad como nación alzando espadas cuyas empuñaduras dibujaban el signo de la cruz. La reina Isabel se hizo madrina de la Santa Inquisición. 

La hazaña del descubrimiento de América no podría explicarse sin la tradición militar de guerra de cruzadas que imperaba en la Castilla medieval, y la Iglesia no se hizo rogar para dar carácter sagrado a la conquista de las tierras incógnitas del otro lado del mar. El Papa Alejandro VI, que era valenciano, convirtió a la reina Isabel en dueña y señora del Nuevo Mundo. La expansión del reino de Castilla ampliaba el reino de Dios sobre la tierra.

Tres años después del descubrimiento, Cristóbal Colón dirigió en persona la campaña militar contra los indígenas de la Dominicana. Un puñado de caballeros, doscientos infantes y unos cuantos perros especialmente adiestrados para el ataque diezmaron a los indios. Más de quinientos, enviados a España, fueron vendidos como esclavos en Sevilla y murieron miserablemente (2). Pero algunos teólogos protestaron y la esclavización de los indios fue formalmente prohibida al nacer el siglo XVI. En realidad, no fue prohibida sino bendita: antes de cada entrada militar, los capitanes de conquista debían leer a los indios, ante escribano público, un extenso y retórico Requerimiento que los exhortaba a convertirse a la santa fe católica: «Si no lo hiciereis, o en ello dilación maliciosamente pusiereis, certifícoos que con la ayuda de Dios yo entraré poderosamente contra vosotros y vos haré guerra por todas las partes y manera que yo pudiere, y os sujetaré al yugo y obediencia de la Iglesia y de Su Majestad y tomaré vuestras mujeres y hijos y los haré esclavos, y como tales los venderé, y dispondré de ellos como Su Majestad mandare, y os tomaré vuestros bienes y os haré todos los males y daños que pudiere...» (3) 

América era el vasto imperio del Diablo, de redención imposible o dudosa, pero la fanática misión contra la herejía de los nativos se confundía con la fiebre que desataba, en las huestes de la conquista, el brillo de los tesoros del Nuevo Mundo. Bernal Díaz del Castillo, fiel compañero de Hernán Cortés en la conquista de México, escribe que han llegado a América «por servir a Dios y a Su Majestad y también por haber riquezas». 

Colón quedó deslumbrado, cuando alcanzó el atolón de San Salvador, por la colorida transparencia del Caribe, el paisaje verde, la dulzura y la limpieza del aire, los pájaros espléndidos y los mancebos «de buena estatura, gente muy hermosa» y «harto mansa» que allí habitaba. Regaló a los indígenas «unos bonetes colorados y unas cuentas de vidrio que se ponían al pescuezo, y otras cosas muchas de poco valor con que hubieron mucho placer y quedaron tanto nuestros que era maravilla». Les mostró las espadas. Ellos no las conocían, las tomaban por el filo, se cortaban. Mientras tanto, cuenta el Almirante en su diario de navegación, «yo estaba atento y trabajaba de saber si había oro, y vide que algunos dellos traían un pedazuelo colgando en un agujero que tenían a la nariz, y por señas pude entender que yendo al Sur o volviendo la isla por el Sur, que estaba allí un Rey que tenía grandes vasos dello, y tenía muy mucho». Porque «del oro se hace tesoro, y con él quien lo tiene hace cuanto quiere en el mundo y llega a que echa las ánimas al 14 Paraíso».

En su tercer viaje Colón seguía creyendo que andaba por el mar de la China cuando entró en las costas de Venezuela; ello no le impidió informar que desde allí se extendía una tierra infinita que subía hacia el Paraíso Terrenal. También Américo Vespucio, explorador del litoral de Brasil mientras nacía el siglo XVI, relataría a Lorenzo de Médicís: «Los árboles son de tanta belleza y tanta blandura que nos sentíamos estar en el Paraíso Terrenal... »(4) incluyó un mapa de América del Sur en el que puede verse, al centro, el jardín dei Edén regado por el Amazonas, el Río de la Plata, el Orinoco y el Magdalena. El fruto prohibido era el plátano. El mapa indícaba el lugar exacto de donde había partido el Arca de Noé, cuando el Diluvio Universal.) Con despecho escribía Colón a los reyes, desde Jamaica, en 1503: «Cuando yo descubrí las Indias, dije que eran el mayor señorío rico que hay en el mundo. Yo dije del oro, perlas, piedras preciosas, especierías... ».

Una sola bolsa de pimienta valía, en el medioevo, más que la vida de un hombre, pero el oro y la plata eran las llaves que el Renacimiento empleaba para abrir las puertas del paraíso en el cielo y las puertas del mercantilismo capitalista en la tierra. La epopeya de los españoles y los portugueses en América combinó la propagación de la fe cristiana con la usurpación y el saqueo de las riquezas nativas. El poder europeo se extendía para abrazar el mundo. Las tierras vírgenes, densas de selvas y de peligros, encendían la codicia de los capitanes, los hidalgos caballeros y los soldados en harapos lanzados a la conquista de los espectaculares botines de guerra: creían en la gloria, «el sol de los muertos», y en la audacia. «A los osados ayuda fortuna», decía Cortés. El propio Cortés había hipotecado todos sus bienes personales para equipar la expedición a México. Salvo contadas excepciones como fue el caso de Colón o Magallanes, las aventuras no eran costeadas por el Estado, sino por los conquistadores mismos, o por los mercaderes y banqueros que los financiaban (5). 

Nació el mito de El dorado, el monarca bañado en oro que los indígenas inventaron para alejar a los intrusos: desde Gonzalo Pizarro hasta Walter Raleigh, muchos lo persiguieron en vano por las selvas y las aguas del Amazonas y el Orinoco. El espejismo del «cerro que manaba plata» se hizo realidad en 1545, con el descubrimiento de Potosí, pero antes habían muerto, vencidos por el hambre y por la enfermedad o atravesados a flechazos por los indígenas, muchos de los expedicionarios que intentaron, infructuosamente, dar alcance al manantial de la plata remontando el río Paraná.

Había, sí, oro y plata en grandes cantidades, acumulados en la meseta de México y en el altiplano andino. Hernán Cortés reveló para España, en 1519, la fabulosa magnitud del tesoro azteca de Moctezuma, y quince años después llegó a Sevilla el gigantesco rescate, un aposento lleno de oro y dos de plata, que Francisco Pizarro hizo pagar al inca Atahualpa antes de estrangularlo. Años antes, con el oro arrancado de las Antillas había pagado la Corona los servicios de los marinos que habían acompañado a Colón en su primer viaje(6Finalmente, la población de las islas del Caribe dejó de pagar tributos, porque desapareció: los indígenas fueron completamente exterminados en los lavaderos de oro, en la terrible tarea de revolver las arenas auríferas con el cuerpo a medias sumergido en el agua, o roturando los campos hasta más allá de la extenuación, con 15 la espalda doblada sobre los pesados instrumentos de labranza traídos desde España. Muchos indígenas de la Dominicana se anticipaban al destino impuesto por sus nuevos opresores blancos: mataban a sus hijos y se suicidaban en masa. 

El cronista oficial Fernández de Oviedo interpretaba así, a mediados del siglo XVI, el holocausto de los antillanos: «Muchos dellos, por su pasatiempo, se mataron con ponzoña por no trabajar, y otros se ahorcaron por sus manos propias» (7): «Los indios no fueron totalmente exterminados. Sus genes subsisten en los cromosomas cubanos. Ellos sentían una tal aversión por la tensión que exige el trabajo continuo, que algunos se suicidaron antes que aceptar el trabajo forzado.

(1) J. H. Elliott, La España imperial, Barcelona, 1965
(2) L. Capitán y Henri Lorin, El trabajo en América, antes y después de Colón, Buenos Aires, 1948
(3) Daniel Vidart, Ideología y realidad de América, Montevideo, 1968
(4) Luis Nicolau D'Olwer, Cronistas de las culturas precolombinas, México, 1963. El abogado Antonio de León Pinelo dedicó dos tomos enteros a demostrar que el Edén estaba en América. En El Paraíso en el Nuevo Mundo, Madrid, 1656
(5) J. M. Ots Capdequí, El Estado español en las Indias, México, 1941
(6) Earl J. Hamilton, American Treasure and the Price Revolution in Spain (1501-1650), Massachusetts, 1934 
(7)Gonzalo Fernández de Oviedo, Historia general y natural de las Indias, Madrid, 1959. La interpretación hizo escuela. Me asombra leer, en el último libro del técnico francés René Dumon, Cuba, est-il socialiste?, París,1970

*El libro completo de Las Venas abiertas de Eduardo Galeano, se puede bajar en: 
http://blog.chavez.org.ve/wp-content/uploads/2010/05/las-venas-abiertas-de-america-latina-eduardo-galeano.pdf
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GUERRILLERO HEROICO. ERNESTO CHE GUEVARA


Se trata de la imagen más reproducida en todo el mundo: postales, carteles, anuncios publicitarios, playeras, tatuajes y muchos más objetos portan la fotografía de Ernesto Che Guevara.

Tomada el 5 de marzo de 1960, esta foto se convirtió en un ícono de los movimientos revolucionarios y de contracultura, ya que muestra al guerrillero Che Guevara con el cabello largo y alborotado, mirando de forma desafiante al horizonte y usando una boina militar con la estrella comunista.

El fotógrafo cubano, Alberto Díaz Korda, capturó la imagen durante el funeral de las víctimas de la explosión de un buque en La Habana, Cuba, y asegura que no fue posada: «no fue concebida, sino intuida», aseguró en una entrevista.

La primera vez que se utilizó la imagen de forma comercial fue en 1967 cuando, a la muerte del guerrillero argentino, Korda se la obsequió al editor italiano Giangiacomo Feltrinelli para que ilustrara un libro sobre el diario íntimo de los últimos meses de Guevara en Bolivia.

En la imagen original se aprecia una palmera y el perfil de otra persona. Para la portada del libro, estas imágenes fueron recortadas y sólo quedó la figura de Guevara, misma que fue usada para los carteles promocionales que en pocos días se convirtieron en un estandarte revolucionario en muchos países, sobre todo en América Latina.

Alberto Korda nunca cobró derechos por la fotografía, ya que se sentía orgulloso de que fuera empleada como ícono de cambios sociales. Sin embargo, en el año 2000 demandó a una conocida marca de vodka por utilizarla en su campaña publicitaria, pues aseguró que eso nada tenía que ver con los ideales del Che. Obtuvo una indemnización de 50 000 dólares que donó al Departamento de Salud Pública de Cuba.

En 2013, un original de la fotografía fue subastado en la galería fotográfica de Westlichm, Viena, por la cantidad de 7 200 euros (alrededor de 125 000 pesos). Korda sólo realizó 20 copias originales de la fotografía y el único negativo lo tiene el gobierno cubano.
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(Guadalajara, México, 20 de febrero de 1934-25 de septiembre de 2015) abogado, poeta, escritor, actor, catedrático, diplomático y académico mexicano.

Fue miembro del Servicio Exterior Mexicano durante más de treinta y cinco años, fue agregado cultural o cónsul en Estados Unidos, España, Italia, Brasil, Rumania, Líbano, Chipre, Moldova y Puerto Rico. Fue también en la década de 1970 presidente del Comité de Apoyo a la Unidad Popular, y entre 1987 y 1994, embajador de México en Grecia.

Escribió más de treinta y cinco libros de poesía y trece de prosa, algunos de los cuales han sido traducidos a diez idiomas. Fue director del suplemento La Jornada Semanal. Impartió clases en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y en la Universidad Autónoma de Querétaro llegando a ser Rector de esta última de 1966 a 1967.  Fue director de la Casa del Lago entre 1974 y 1976, además de director de la Revista de la Universidad, así como director general de Difusión Cultural de la UNAM. Miembro del Seminario de Cultura Mexicana. Fue elegido miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua el 10 de noviembre de 2011 para ocupar la silla XXXIV. Falleció el 25 de septiembre de 2015 a los 81 años.

LA ESTRELLA

Todo está en calma.
La ciudad y su halo anaranjado
tiemblan ligeramente
cuando desde la peña los miramos.
Un mundo de cabezas descansa,
y los borrachos
con racimos dorados,
caras de dioses falsos
coronados por su propia ebriedad,
juntan angustia y gozo
en su fiesta nocturna.
El cansancio cubre los rescoldos del día
y todo se junta en una gran respiración.
Los cuerpos bajo las sábanas viven
y se buscan en las camas desiertas.
Un hombre que sueña nunca está solo,
lo acompañan fantasmas de todas sus edades,
las figuras de todas las edades del mundo.
Al abrir la ventana
se aferra al último vestigio de la noche:
la estrella matutina.
Todo está en calma;
sobre la gran cabeza brillan las estrellas;
en el cielo hay caminos,
y esta noche todos tenemos alas.

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