Los antecedentes de la Bandera Nacional se hallan inmersos desde la época prehispánica cuando los pueblos plasmaban en estandartes los símbolos alusivos a sus gobernantes. Durante la colonia, los españoles introdujeron la identidad reconocible de la bandera sobre la que utilizaron escudos o emblemas de los monarcas para representar sus dominios.
Con la guerra de Independencia liderada por el cura Miguel Hidalgo, se reconoce como la primera bandera nacional al estandarte con la imagen de la Virgen de Guadalupe que éste utilizó durante El Grito de Dolores. Los historiadores consideran tal su importancia como el símbolo insurgente que le han otorgado el primer puesto en la identidad de la bandera mexicana. Años más tarde, el ejército Insurgente diseñaría una nueva bandera de seda en colores blanco y azul. Apareció por primera vez la figura del águila posada sobre un nopal con la diferencia que ostentaba una corona imperial.
Cuando México alcanzó su posición de nación independiente, en 1821, el imperio de Agustín de Iturbide designó los tres colores hasta ahora vigentes: verde, blanco y rojo; se mantuvo la corona en representación del imperio y el escudo al centro con la imagen del águila, pero en esta versión no aparece devorando la serpiente. Esta bandera fue oficialmente declarada por Iturbide el 2 de noviembre de 1821 y estuvo vigente hasta la abolición del imperio en 1823. La bandera ahora estuvo a disposición del Congreso Contribuyente que removió la corona imperial de la cabeza de la serpiente y agregó las ramas de encino y olivo hasta ahora presentes en el Escudo.
Bajo el imperio de Maximiliano I de México, fue nuevamente rediseñada ahora con proporciones de 1:2 y colocadas cuatro águilas coronadas en cada una de las esquinas de la bandera. La versión apuntaba al diseño del Escudo Imperial Francés, y estuvo vigente hasta 1867 con la muerte de Maximiliano.
El General Porfirio Díaz ordenó que el águila apareciera de frente y con las alas extendidas; Carranza, por su parte, designó la posición en perfil izquierdo y conservando las características originales acuñadas por los mexicas en la leyenda sobre la fundación de Tenochtitlán.
La actual versión de la Enseña, fue adoptada por decreto el 16 de septiembre de 1968, y confirmada por la ley el 24 de febrero de 1984.
Sobre los colores que definen a la bandera mexicana, en un comienzo representaron el contexto en el que la Enseña había sido configurada: el blanco estaba destinado a la fe católica, el rojo representaba la unión entre Europa y América mientras que el verde simbolizaba la Independencia de la corona española. A medida de que México se consolidó como nación y dejó de lado la influencia religiosa en los asuntos de Estado, los colores de la bandera adoptaron nuevos significados que se reconocen ahora como representativos de este símbolo patrio: el verde como la esperanza, el blanco como la unidad y el rojo en representación de la sangre derramada por los héroes.
Entre los comportamientos que los mexicanos estamos obligados a llevar a cabo frente a este símbolo patrio destaca el saludo civil a la Bandera Nacional con la mano derecha extendida frente al corazón y el Juramento a la Bandera pronunciado en las ceremonias de cada lunes en todas las escuelas del país, existen días de rendir honores a la bandera con carácter obligatorio, así como días en los que debe izarse a media asta considerados de duelo nacional.
¡ Honrar a la bandera, no es un simple acto ritual o protocolario, es la afirmación y la defensa de nuestra identidad nacional. ¡
¡POR LA LIBERACIÓN ECONÓMICA, CULTURAL Y POLÍTICA DE NUESTROS PUEBLOS!
EL PODER DE LA MEMORIA
El narrador y periodista Federico Campbell (Tijuana, 1941), fallecido el pasado sábado 15, fue el introductor en México de la obra del ensayista y novelista italiano Leonardo Sciascia, el más acucioso investigador de la mafia siciliana y el poder. Incluso, Campbell viajó a su casa de Palermo para entrevistarlo. El 8 de mayo de 1989, éste concedió una entrevista para Proceso. A continuación, se reproduce:
Como si los componentes de un episodio del pasado configuraran el negativo fotográfico de un hecho del presente. Leonardo Sciascia frecuenta la historia para asumirla como memoria, como un eterno presente dilatado, no interrumpido, continuo, sin solución de continuidad: el presente histórico de una humanidad –en México o en Italia– que aún no conjura los hábitos de la injusticia.
Nacido en Racalmuto, (Sicilia) en 1921, Sciascia elabora en sus “novelas de ambiente judicial” una parodia de novela policiaca, una metáfora sobre el poder que en el ámbito institucional del Estado y sus ramificaciones extralegales se ejerce de manera mafiosa. Para recuperar la memoria, siempre escribe sobre casos de impunidad olvidados.
– ¿De dónde y cómo surgió su interés por la obra de Sciascia?
–La primera vez que oí hablar de Sciascia fue en 1978, en el Vips que está enfrente del Palacio de Hierro Durango. Tomás Pérez Turrent acababa de llegar del Festival de Cannes y estaba hablando de Cadáveres excelentes, la película de Francesco Rossi basada en El contexto, la novela de Sciascia. La idea del argumento me pareció buenísima: una serie de asesinatos de jueces en diferentes ciudades, lo cual parecía tener una extraña lógica criminal, un patrón de comportamiento homicida. El investigador Rogas, una especie de Florentino Ventura culto y melancólico, establece que el hipotético asesino tenía que ser alguien que había purgado una sentencia injustamente, debido a un error judicial. Pero luego el mundo se le viene encima, y el terror está a punto de estallarle en las entrañas cuando descubre que el crimen (un intento de desestabilización o de golpe de Estado) se ha fraguado en la casa misma del poder, en la presidencia de ese país imaginario, algo así como en Los Pinos.
– ¿Pero por qué la fascinación?
–Porque empecé a sospechar que en Sciascia se fundían sin ningún conflicto el político y el literato, en una especie de distinción y parentesco a la vez como la que hace Max Weber respecto al político y al científico. Se me había dicho desde niño que la literatura, el arte, no podía relacionarse con la política. Pero a través de los libros del siciliano me di cuenta de que se amalgamaba muy bien. Y es que su obra, además, remite a Voltaire, a Stendhal, a Diderot. Luego, entonces, la literatura no era tan inocua ni tan inofensiva, como se me quiso desinformar en un medio, de clase media norteña, en el que se desdeñaba todo lo que tuviera que ver con el arte. Empecé a creer, por primera vez, que escribir si tenía y tiene un sentido. Con el conocimiento de la obra de Sciascia volví a creerme la sospecha juvenil de que a la larga las ideas caminan y se vuelven cosas reales.
– ¿Qué papel juega la mafia en la temática de Sciascia?
–El de una metáfora del mundo moderno a la forma en que se ejerce el poder del Estado en complicidad con los poderes extralegales, como el de la delincuencia. Hay una moral que exime de culpa y de responsabilidad al gobernante que antes de asumir el poder, por las buenas o por las malas, tiene que resolver un problema de conciencia: si es capaz de matar o no.
Por otra parte, el uso político de la delincuencia, la identificación entre hampa y policía, también caracterizan a este poder estatal en un momento en que hay una degradación de la convivencia civil. Es un hecho que un secretario de Estado tiene que, por imperativos de su oficio, conducirse como un hampón y decidir fríamente como un cirujano, como un militar, como un criminal. Lo que viene a decir Sciascia es que la mafia más que una organización es un comportamiento, un modo de ser, en cualquier país. Especialmente en un momento de la historia en que se ha perdido de vista el interés particular y no el bien común y público.
– ¿Ha comparado en un proyecto de novela a la península de Italia con la de Baja California?
–Es una de esas asociaciones que no quieren decir nada, ociosas. Tanto como el relacionar que sobre el paralelo 32 de Mexicali también se encuentran Casablanca, Trípoli, y Nagasaki. A través de este tipo de coordenadas uno a veces quiere montar una novela, pero no siempre sale. Yo podría hablar más de las novelas que no he podido escribir que de las dos que he escrito. Mi vida ha sido un constante no poder escribir. Ese proyecto, no descartado, quiere llegar a ser un día un libro bajo el título de “Transpeninsular”, la historia de un hombre de 50 años que en el invierno y la aridez, la esterilidad de la península de Baja California, hace un viaje de regreso a casa, a la madre, al incesto. Es el tema clásico del home coming. Decepcionado de la información y las precisiones históricas, se pregunta, quizás demasiado tarde, por qué ha perdido casi toda su vida metido en la novela de información y del periodismo. Cómo es que no se atrevió, desde joven, a apostarle a la imaginación, a la fantasía, a los sueños. Quiere salirse de la misma película que ha estado viendo con las mismas historias y los mismos personajes, y creer en otro mundo, menos reiterativo y más hospitalario.
La otra historia es la de un primer amor, a los 20 años, en Calabria y Sicilia, y un recorrido por la península italiana de sur a norte, tal y como en la otra península de piedra (como le decía Juan Jacobo Baegert a la Baja California) el trayecto es de sur a norte, de Cabo San Lucas a Tijuana.
En Italia todo sucede durante el verano, en medio de playas, duraznos, uvas, vino, salami con pan recién hecho, quesos, agua mineral, todo muy asoleado y feliz: el arte de las ruinas griegas y la sensualidad.
– De Sciascia. Se refiere a él como escritor, pero ¿cómo es como ser humano?
– Es un hombre de pocas palabras. Tan chaparro o tal alto como yo. Sólo habla cuando es necesario. A veces le da a uno la impresión de que es un contemporáneo del siglo XVIII, cuando todavía tenían un valor las ideas, en los tiempos de Voltaire y Diderot, porque todo su mundo referencial es literario, todo lo relaciona con algo que dijo algún escritor. Por ejemplo, una vez en Siracusa, cuando fuimos a ver un ojo de agua, comentó que las plantas de papiro que allí crecían eran las mismas a las que se refería Ovidio en La Metamorfosis. Por otra parte, fue la única persona que me escribió después del terremoto de 1985 preguntándome cómo estaba, ni siquiera mis hermanas ni mis familiares de Novojoa o de Tijuana preguntaron por mí. Sciascia decía en su carta, enviada desde el hotel Manzoni de Milán, que en 1908 un sismo acabó con Messina, “pero entonces Messina era una ciudad muy pequeña: ya me imagino lo que ha sido ahora un terremoto para la Ciudad de México, que es una de las más grandes del mundo”. En fin, es un hombre que tiene muchos amigos, todo mundo lo conoce, porque además fue profesor de primaria toda su vida de Caltanisetta y Agrigento.
– ¿Qué lugar ocupa la obra de Sciascia en Italia y en el mundo?
–No sabría precisar cómo están cotizadas sus acciones en la bolsa de valores de la literatura, pero la verdad es que se le reedita mucho y sus obras se traducen a muchos idiomas. En Francia ha tenido un éxito muy especial y buena prensa. Les cae muy bien a los franceses tal vez por la relación que siempre ha habido entre Palermo y París. En Inglaterra y Estados Unidos ha tenido menos aceptación.
Piensa él que conecta mejor con lectores del mundo latino, con los españoles, los latinoamericanos. Tal vez porque tenemos el mismo pasado árabe español e inquisitorial que Sicilia. Es uno de esos escritores de las últimas décadas que han sido seducidos por la historia. Sciascia se mete en los archivos que antes sólo eran material del historiador profesional, y cuenta historias olvidadas, casos reales, históricos, judiciales, políticos, en los que se ve la simbiosis entre crimen y poder.
-¿A qué atribuye su fascinación por la mafia?
Yo no tengo ninguna fascinación por la mafia… tengo interés por las relaciones entre crimen y poder… el crimen organizado es, en el fondo, un fenómeno de relación con el poder establecido… no hay crimen organizado que no sea una colusión entre delincuentes y policías, o entre criminales y representantes del Estado… entonces eso es lo que me ha interesado: las relaciones de poder entre política y delito, que van juntas… y no sabría medir si es peor ahora que antes… a lo mejor siempre ha sido así, desde los Médicis en Florencia… el crimen siempre ha sido algo consustancial al poder, como se ve en las tragedias históricas de Shakespeare, como en Ricardo III y en otra obra que no es histórica pero está referida al poder es Macbeth… el escenario termina siempre regado de sangre, lleno de cadáveres por la lucha por el poder… en los últimos años en México y en el mundo entero ha aumentado el poder financiero informal del narcotráfico, y esto ha alterado los indicadores económicos… los gobiernos no saben muy bien cuál es su situación económica porque hay mucha información no contabilizada que no entra a las estadísticas porque proviene de la economía criminal, que es informal, clandestina, que facilita mucho la inversión de dinero ilegal, especialmente en la industria de la construcción… por eso en México prolifera la construcción de edificios, sobre todo en las playas: Puerto Vallarta, Cancún… porque una de las formas más efectivas de lavado de dinero es la construcción.
Yo no tengo ninguna fascinación por la mafia… tengo interés por las relaciones entre crimen y poder… el crimen organizado es, en el fondo, un fenómeno de relación con el poder establecido… no hay crimen organizado que no sea una colusión entre delincuentes y policías, o entre criminales y representantes del Estado… entonces eso es lo que me ha interesado: las relaciones de poder entre política y delito, que van juntas… y no sabría medir si es peor ahora que antes… a lo mejor siempre ha sido así, desde los Médicis en Florencia… el crimen siempre ha sido algo consustancial al poder, como se ve en las tragedias históricas de Shakespeare, como en Ricardo III y en otra obra que no es histórica pero está referida al poder es Macbeth… el escenario termina siempre regado de sangre, lleno de cadáveres por la lucha por el poder… en los últimos años en México y en el mundo entero ha aumentado el poder financiero informal del narcotráfico, y esto ha alterado los indicadores económicos… los gobiernos no saben muy bien cuál es su situación económica porque hay mucha información no contabilizada que no entra a las estadísticas porque proviene de la economía criminal, que es informal, clandestina, que facilita mucho la inversión de dinero ilegal, especialmente en la industria de la construcción… por eso en México prolifera la construcción de edificios, sobre todo en las playas: Puerto Vallarta, Cancún… porque una de las formas más efectivas de lavado de dinero es la construcción.
Yo creo que no sólo en México, también en Chile, en Centroamérica, en Colombia… en Estados Unidos se hace, sobre todo, a través de la banca privada. Hay una relación muy perversa entre el gobierno de los Estados Unidos y el de México respecto al narcotráfico. En el fondo, lo condonan mucho porque el flujo de dinero procedente de la economía criminal aliviana mucho las tensiones sociales producidas por la desigualdad económica. Por eso los gobiernos se hacen un poco de la vista gorda. Porque, por un lado, la economía criminal les permite bajar la tensión social y por otro lado es un negocio muy lucrativo, en el que sólo hay sangre en el traslado de la mercancía de un lugar a otro, pero no hay sangre en el lavado de dinero, por ejemplo, ya sea en la industria de la construcción o en la banca, y lo que les preocupa al gobierno de Estados Unidos y al de México es el aspecto del negocio, es decir, del transporte, en el que sí suele haber derramamiento de sangre.
- ¿Por qué le interesa tanto hablar sobre la memoria?
Porque la memoria es nuestra identidad personal. La persona es la memoria. Y una de las cosas que más me ha conmovido en la vida es la enfermedad del Alzheimer. He visto a un amigo en Huatabampo… lo más triste del Alzheimer es que primero se muere la persona y luego el cuerpo… porque la persona es la memoria, la memoria es la identidad personal, entonces pienso que es una de las cosas más importantes lo que está descubriendo la nueva neurobiología, que nos está informando sobre el funcionamiento de la memoria y sobre los deterioros irreversibles del Alzheimer… y por otro lado pienso que en la capacidad distorsionadora reside el secreto de la creación literaria.
Porque la memoria es nuestra identidad personal. La persona es la memoria. Y una de las cosas que más me ha conmovido en la vida es la enfermedad del Alzheimer. He visto a un amigo en Huatabampo… lo más triste del Alzheimer es que primero se muere la persona y luego el cuerpo… porque la persona es la memoria, la memoria es la identidad personal, entonces pienso que es una de las cosas más importantes lo que está descubriendo la nueva neurobiología, que nos está informando sobre el funcionamiento de la memoria y sobre los deterioros irreversibles del Alzheimer… y por otro lado pienso que en la capacidad distorsionadora reside el secreto de la creación literaria.
Leonardo Sciascia (Racalmuto, 1921-Palermo, 1989) Narrador y político italiano que defendió en sus novelas y ensayos la moral de la razón frente a la desintegración y el caos propugnados por la mafia o el terrorismo italianos.
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EL ETERNO VIAJERO*
Para suplir nuestras interminables conversaciones, siempre que te ibas de viaje nos llamábamos y nos escribíamos cartas. Las hojas de papel nunca bastaban para que nos dijéramos lo que nos sucedía, a ti en un ambiente nuevo y a mí en el que conoces de sobra porque lo hicimos juntos. Por más cuidadosos que fuéramos siempre se nos olvidaba registrar algo.
Para evitar esos huecos se te ocurrió que lleváramos cada uno un diario a partir de nuestra despedida en el aeropuerto o en la estación. Ese registro siempre me ha hecho imaginar que no te has ido, por eso de una vez comienzo mis anotaciones en este cuadernito y no en una libreta, como siempre.
Los arreglos para tu viaje fueron muy complicados. Decidir qué ibas a meter en la maleta nos tomó horas, aunque mucho menos que ordenar en fólders los textos que pensabas corregir una vez más. No dispuse de un minuto libre para ir a la papelería, así que estoy usando el cuadernito que nos mandó Almudena Grandes: El lector de Julio Verne.
Me encanta, porque tiene aspecto de útil escolar, lástima que sea tan delgado. Mañana compraré una libreta gruesa (donde copiaré lo que escriba hoy) y luego otra y otra, porque tu viaje esta vez será muy largo. Por favor, tú también escribe el diario, pero no en papelitos sueltos, sin fecha, que luego tengo que ordenar como si fueran partes de un rompecabezas.
Parto de lo que vivimos apenas esta mañana. Por tomarnos un último café, se nos hizo tarde para ir a la estación. Pese a ser domingo, nos topamos con cuatro manifestaciones y un tráfico endemoniado. Estuvo en peligro tu mayor orgullo: jamás haber perdido un avión o un tren. Para colmo surgió otro inconveniente: todos los estacionamientos llenos. Coincidimos en que te fueras caminando a la estación para registrarte mientras yo me estacionaba. Tardé mucho en lograrlo. Cuando bajé del coche me di cuenta de que habías olvidado tu bufanda. La tomé y corrí tan rápido como me lo permitieron los zapatos de tacón alto.
Si me hubiera puesto botas quizás habría llegado a la estación antes de que te pasaran al área destinada a los viajeros. Intenté convencer a un guardia de que me permitiera pasar hasta allí para entregarte tu bufanda. Se negó. Le supliqué y hasta lo hice partícipe de tu vida (cosa que detestas), explicándole que te ibas a una ciudad que estaba a 40 bajo cero. Se estremeció como si fuera él quien iba a padecer un clima tan adverso.
Me da vergüenza confesártelo, pero odié a ese hombre sólo porque cumplía con su deber. Traté de ablandarlo llamándolo oficial, pero fue inútil. Me resigné a renunciar a nuestra despedida y al invariable intercambio de recomendaciones y promesas: Júrame que no te quedas triste. Procura dormir en el camino. Cierra muy bien la puerta. Te llamo en cuanto llegue.
Debo haber tenido una cara terrible, porque el guardia al fin me permitió pasar. Entré en el andén en el momento en que subías la escalerilla con la cabeza vuelta hacia la entrada. Sé que me viste, oí que me gritaste algo que no alcancé a entender. Supongo que repetías la promesa habitual: Te llamo en cuanto llegue.
Sentí desesperación, necesidad de abrigarte el cuello y corrí pegada a las vías, pero no alcancé el tren y mucho menos a la altura del vagón en que ibas. Te imaginé quitándote el abrigo y metiendo al maletero la mochila con el libro que quisiste llevarte, los fólders, una colección de bolígrafos bic de punto grueso y al fondo de todo la Mont Blanc de la edición Schiller que te regalé para tu cumpleaños.
Te fascinó desde que la viste anunciada en una revista y decidí comprártela en secreto. De otro modo me lo habrías prohibido, bajo el argumento de que: es demasiado cara. No gastes en mí. Por hacerte un obsequio recibí otro maravilloso: tu expresión de felicidad cuando probaste la pluma en una servilleta de papel.
Mejor no recordar tanto. Vuelvo a lo de esta mañana. Cuando el tren desapareció en la curva me eché tu bufanda sobre los hombros. Sentí la misma tranquilidad que cuando estás de viaje y me pongo tus calcetines o tu suéter que siempre huele a esa loción barata que prefieres.
Al salir de la estación no pude recordar en dónde había estacionado el coche. Durante el tiempo que caminé para encontrarlo se me olvidó que te habías ido y llamé a la casa para decírtelo. Claro que no obtuve respuesta. Imaginé los cuartos vacíos, silenciosos y sentí apremio de llenarlos con el rumor de mis pasos. A pesar de mi urgencia me detuve en una librería. Recorrí todos los pasillos, miré cada anaquel, me asomé a las mesas de novedades.
Mi comportamiento despertó las sospechas de los empleados y de una mujer-policía multicolor: cabello granate, párpados azules, mejillas cobrizas, labios fucsia y uñas verdes. Adiviné sus dudas para elegir esa paleta y el tiempo que le habría tomado maquillarse. Acabé por admirarla y le sonreí, pero ella siguió observándome desconfiada, lista para actuar en caso necesario.
La situación habría sido menos incómoda si le hubiera dicho a la mujer-policía que si iba de un lado a otro se debía a que estaba haciendo comparaciones entre los libros para llevarme el más grueso, el que me aloje y me acompañe durante el primer techo de tu ausencia. Después de consultar índices y hacer sumas me decidí por Los Thibault. Sus seis tomos alcanzan mil 830 páginas con letra pequeña. Tomando en cuenta que mi trabajo me deja poco tiempo libre, calculo que leer esta novela me tomará muchos meses, aunque menos de los que tardarás en regresar.
Si estuvieras aquí y te mostrara mi primera compra desde que te fuiste dirías: Este libro lo tenemos. ¿Para qué trajiste otro? Pues para no ver tus anotaciones en los márgenes, las marcas que dejaste, la ceniza de tu cigarro que cayó entre las hojas. En las circunstancias actuales, encontrarme con esas huellas me lastimaría.
En cuanto abrí la puerta te grité el saludo de siempre, ya sabes cuál. Subí a tu cuarto rápido, como si estuvieras esperándome. No estabas, pero encontré la ropa que dejaste tirada, el encendedor que diste por perdido y la cachucha con que te protegías de la luz artificial para ahorrar vista, según tus propias palabras.
Luego hice lo de siempre al mediodía: bajé a la cocina para hacer café. Aunque no lo creas resulta muy difícil y requiere de cierto valor preparar una sola porción de lo que sea cuando siempre has hecho dos. Con la taza en la mano salí al patio y puse a funcionar la fuente para que subiera el rumor del agua que te recuerda el mar.
Ya casi llené el cuadernito de Almudena. Le pondré la fecha de hoy: 26 de enero. Mañana escribiré en la primera libreta de las muchas que tendré que llenar contándote mi vida hasta el día en que vuelvas. Ya sé que esta vez no será pronto. En cierta forma es mejor: me darás tiempo de cumplir con todos tus encargos, entre ellos encontrar la pluma negra con la que tenías mejor letra. Esto me recuerda otro de mis pendientes: descifrar lo que escribiste en hojas sueltas las noches anteriores a tu viaje.
Hice una pausa. Me levanté del escritorio porque reapareció frente a tu ventana el colibrí que tanto te gustaba. Si él regresó, es imposible que no regreses tú.
*Cristina Pacheco en recuerdo a José Emilio.
El FCR lamenta la pérdida de Paco de Lucia, virtuoso de la guitarra flamenca
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