Pues resulta que el 21 de diciembre del 2012, no fue el fin del
mundo como pronosticaban los charlatanes y agoreros del desastre,
malinterpretando el pensamiento de los antiguos mayas, pero para millones de seres humanos en la tierra,
que viven en la miseria y padecen hambre, su futuro es incierto.
En nuestro país donde nuevamente se impusieron los
representantes de los poderes financieros y mediáticos, tampoco el horizonte se
ve con optimismo, puesto que se continúan las políticas económicas
neoliberales, que han sumido en la miseria a miles de compatriotas que se han
visto obligados a emigrar o a delinquir, para poder sobrevivir.
Como regalo de navidad, año nuevo y reyes, en estos
primeros días de enero, ya ha aumentado el costo de la gasolina y el gas, lo
que provocará sin duda una escalada de precios, mientras que el aumento al
salario mínimo fue irrisorio.
El sistema priista, que pretende aparecer como
renovado, utiliza los viejos estilos y prácticas; pactos entre cúpulas, demagogia,
populismo y represión, sin tocar para nada a los mafiosos, tranzas y corruptos de siempre, (el salinismo
presente).
Empresas evasoras de impuestos, lavado de dinero, tráfico
de influencias, compadrazgos etc., son el sello de este gobierno, como en las
viejas épocas, la corrupción está presente en todas las esferas del poder.
El viejo PRI ha renacido con sus dinos y
bebesaurios, que ven los puestos de gobierno como un botín, y no como un servicio al pueblo, las grandes
fortunas hechas al amparo de un sexenio, ejemplos sobran para corroborarlo.
Por otra parte la violencia cobró en el primer mes
de gobierno peñista, casi mil muertos, siguiendo el mismo ritmo del espurio de
Fecal, quien ahora en su autoexilio, pretende
dar clases (seguramente de ineptitud y guerra fallida) en Harvard.
Las llamadas reformas que está implementando Peña
Nieto, junto con sus aliados de la derecha y la denominada izquierda
colaboracionista, son contrarias al interés popular, y solo benefician a la
oligarquía que domina al país y a las empresas transnacionales.
Los derechos laborales se acotan, la educación se
limita en sus objetivos, los recursos naturales se malbaratan y sobre-explotan,
los impuestos se aumentan, los salarios se reducen, y la violencia continua,
este es el panorama que vivimos cotidianamente.
Sin embargo la resistencia popular se manifiesta en múltiples
formas, pero desgraciadamente aun esta dispersa, es necesario que los
movimientos y fuerzas democráticas y progresistas, busquen ejes articuladores
que movilicen al pueblo.
El FCR, desea que este año tengan salud armonía y
paz y a seguir la lucha, en resistencia civil pacífica, como dijo García Lorca;
el más terrible de los sentimientos, es tener la esperanza perdida.
¡POR
LA LIBERACIÓN, ECONÓMICA, CULTURAL Y POLÍTICA DE NUESTROS PUEBLOS ¡
DON BENITO JUÁREZ
APUNTES PARA MIS HIJOS*
En 21 de marzo de 1806 nací en el pueblo de San
Pablo Guelatao de la jurisdicción de Santo Tomás Ixtlán en el Estado de Oaxaca.
Tuve la desgracia de no haber conocido a mis padres Marcelino Juárez y Brígida
García, indios de la raza primitiva del país, porque apenas tenía yo tres años
cuando murieron, habiendo quedado con mis hermanas María Josefa y Rosa al
cuidado de nuestros abuelos paternos Pedro Juárez y Justa López, indios también
de la nación Zapoteca. Mi hermana María Longinos, niña recién nacida pues mi
madre murió al darla a luz, quedó a cargo de mi tía materna Cecilia García. A
los pocos años murieron mis abuelos, mi hermana María Josefa casó con Tiburcio
López del pueblo de Santa María Yahuiche, mi hermana Rosa casó con José Jiménez
del pueblo de Ixtlán y yo quedé bajo la tutela de mi tío Bernardino Juárez,
porque de mis demás tíos: Bonifacio Juárez había ya muerto, Mariano Juárez
vivía por separado con su familia y Pablo Juárez era aún menor de edad.
Como mis padres no me dejaron ningún patrimonio y
mi tío vivía de su trabajo personal, luego que tuve uso de razón me dediqué
hasta donde mi tierna edad me lo permitía, a las labores del campo. En algunos
ratos desocupados mi tío me enseñaba a leer, me manifestaba lo útil y
conveniente que era saber el idioma castellano y como entonces era sumamente
difícil para la gente pobre, y muy especialmente para la clase indígena adoptar
otra carrera científica que no fuese la eclesiástica, me indicaba sus deseos de
que yo estudiase para ordenarme. Estas indicaciones y los ejemplos que se me
presentaban en algunos de mis paisanos que sabían leer, escribir y hablar la
lengua castellana y de otros que ejercían el ministerio sacerdotal, despertaron
en mí un deseo vehemente de aprender, en términos de que cuando mi tío me
llamaba para tomarme mi lección, yo mismo le llevaba la disciplina para
que me castigase si no la sabía; pero las ocupaciones de mi tío y mi dedicación
al trabajo diario del campo contrariaban mis deseos y muy poco o nada
adelantaba en mis lecciones. Además, en un pueblo corto, como el mío, que
apenas contaba con veinte familias y en una época en que tan poco o nada se
cuidaba de la educación de la juventud, no había escuela; ni siquiera se
hablaba la lengua española, por lo que los padres de familia que podían costear
la educación de sus hijos los llevaban a la ciudad de Oaxaca con este objeto, y
los que no tenían la posibilidad de pagar la pensión correspondiente los
llevaban a servir en las casas particulares a condición de que los enseñasen a
leer y a escribir. Este era el único medio de educación que se adoptaba
generalmente no sólo en mi pueblo, sino en todo el Distrito de Ixtlán, de
manera que era una cosa notable en aquella época, que la mayor parte de los
sirvientes de las casas de la ciudad era de jóvenes de ambos sexos de aquel
Distrito. Entonces más bien por estos hechos que yo palpaba que por una
reflexión madura de que aún no era capaz, me formé la creencia de que sólo
yendo a la ciudad podría aprender, y al efecto insté muchas veces a mi tío para
que me llevase a la Capital; pero sea por el cariño que me tenía, o por
cualquier otro motivo, no se resolvía y sólo me daba esperanzas de que alguna
vez me llevaría.
Por otra parte yo también sentía repugnancia (de)
separarme de su lado, dejar la casa que había amparado mi niñez y mi orfandad,
y abandonar a mis tiernos compañeros de infancia con quienes siempre se
contraen relaciones y simpatías profundas que la ausencia lastima marchitando
el corazón. Era cruel la lucha que existía entre estos sentimientos y mi deseo
de ir a otra sociedad, nueva y desconocida para mí, para procurarme mi
educación. Sin embargo el deseo fue superior al sentimiento y el día 17 de
diciembre de 1818 y a los doce años de mi edad me fugué de mi casa y marché a
pie a la ciudad de Oaxaca a donde llegué en la noche del mismo día, alojándome
en la casa de don Antonio Maza en que mi hermana María Josefa servía de
cocinera. En los primeros días me dediqué a trabajar en el cuidado de la granja
ganando dos reales diarios para mi subsistencia, mientras encontraba una
casa en qué servir. Vivía entonces en la ciudad un hombre piadoso y muy honrado
que ejercía el oficio de encuadernador y empastador de libros. Vestía el hábito
de la Orden Tercera de San Francisco y, aunque muy dedicado a la
devoción y a las prácticas religiosas, era bastante despreocupado y amigo de la
educación de la juventud. Las obras de Feijoo y las epístolas de San Pablo eran
los libros favoritos de su lectura. Este hombre se llamaba don Antonio
Salanueva quien me recibió en su casa ofreciendo mandarme a la escuela para que
aprendiese a leer y a escribir. De este modo quedé establecido en Oaxaca en 7
de enero de 1819.
En las escuelas de primeras letras de aquella época
no se enseñaba la gramática castellana. Leer, escribir y aprender de memoria el
Catecismo del Padre Ripalda era lo que entonces formaba el ramo de instrucción
primaria. Era cosa inevitable que mi educación fuese lenta y del todo
imperfecta. Hablaba yo el idioma español sin reglas y con todos los vicios con
que lo hablaba el vulgo. Tanto por mis ocupaciones, como por el mal método de
la enseñanza, apenas escribía, después de algún tiempo, en la 4a. escala en que
estaba dividida la enseñanza de escritura en la escuela a que yo concurría.
Ansioso de concluir pronto mi rama de escritura, pedí pasar a otro
establecimiento creyendo que de este modo aprendería con más perfección y con
menos lentitud. Me presenté a don José Domingo González, así se llamaba mi
nuevo preceptor, quien desde luego me preguntó ¿en qué regla o escala estaba yo
escribiendo? Le contesté que en la 4a. Bien, me dijo, haz tu plana que me
presentarás a la hora que los demás presenten las suyas. Llegada la hora de
costumbre presenté la plana que había yo formado conforme a la muestra que se
me dio, pero no salió perfecta porque estaba yo aprendiendo y no era un
profesor. El maestro se molestó y en vez de manifestarme los defectos que mi
plana tenía y enseñarme el modo de enmendarlos sólo me dijo que no servía y me
mandó castigar. Esta injusticia me ofendió profundamente no menos que la
desigualdad con que se daba la enseñanza en aquel establecimiento que se
llamaba la Escuela Real; pues mientras el maestro en un departamento
separado enseñaba con esmero a un número determinado de niños, que se llamaban decentes,
yo y los demás jóvenes pobres como yo, estábamos relegados a otro departamento,
bajo la dirección de un hombre que se titulaba ayudante y que era tan
poco a propósito para enseñar y de un carácter tan duro como el maestro.
Disgustado de este pésimo método de enseñanza y no
habiendo en la ciudad otro establecimiento a qué ocurrir, me resolví a
separarme definitivamente de la escuela y a practicar por mí mismo lo poco que
había aprendido para poder expresar mis ideas por medio de la escritura aunque
fuese de mala forma, como lo es la que uso hasta hoy.
Entretanto, veía yo entrar y salir diariamente en
el Colegio Seminario que había en la ciudad, a muchos jóvenes que iban a
estudiar para abrazar la carrera eclesiástica, lo que me hizo recordar los
consejos de mi tío que deseaba que yo fuese eclesiástico de profesión. Además
era una opinión generalmente recibida entonces, no sólo en el vulgo sino en las
clases altas de la sociedad, de que los clérigos, y aún los que sólo eran
estudiantes sin ser eclesiásticos sabían mucho y de hecho observaba yo que eran
respetados y considerados por el saber que se les atribuía. Esta circunstancia
más que el propósito de ser clérigo para lo que sentía una instintiva
repugnancia me decidió a suplicarle a mi padrino, así llamaré en adelante a don
Antonio Salanueva porque me llevó a confirmar a los pocos días de
haberme recibido en su casa, para que me permitiera ir a estudiar al Seminario
ofreciéndole que haría todo esfuerzo para hacer compatible el cumplimiento de
mis obligaciones en su servicio con mi dedicación al estudio a que me iba a
consagrar.
Como aquel buen hombre era, según dije antes, amigo
de la educación de la juventud no sólo recibió con agrado mi pensamiento sino
que me estimuló a llevarlo a efecto diciéndome que teniendo yo la ventaja de
poseer el idioma zapoteco, mi lengua natal, podía, conforme a las leyes
eclesiásticas de América, ordenarme a título de él, sin necesidad de tener
algún patrimonio que se exigía a otros para subsistir mientras obtenían algún
beneficio. Allanado de ese modo mi camino entré a estudiar gramática latina al Seminario
en calidad de capense (vocablo con el que se designaba a los denominados
alumnos externos, o sea aquellos que no residían en el Seminario)
el día 18 de octubre de 1821, por supuesto, sin saber gramática castellana, ni
las demás materias de la educación primaria. Desgraciadamente no sólo en mí se
notaba ese defecto, sino en los demás estudiantes generalmente por el atraso en
que se hallaba la instrucción pública en aquellos tiempos.
Comencé, pues, mis estudios bajo la dirección de
profesores, que siendo todos eclesiásticos la educación literaria que me daban
debía ser puramente eclesiástica. En agosto de 1823 concluí mi estudio de
gramática latina, habiendo sufrido los dos exámenes de estatuto con las
calificaciones de excelente. En ese año no se abrió curso de artes y
tuve que esperar hasta el año siguiente para comenzar a estudiar filosofía por
la obra del Padre Jaquier; pero antes tuve que vencer una dificultad grave que
se me presentó y fue la siguiente: luego que concluí mi estudio de Gramática
latina mi padrino manifestó grande interés porque pasase yo a estudiar Teología
moral para que el año siguiente comenzara a recibir las órdenes sagradas.
Esta indicación me fue muy penosa, tanto por la repugnancia que tenía a la
carrera eclesiástica, como por la mala idea que se tenía de los sacerdotes que
sólo estudiaban Gramática latina y Teología moral y a quienes por
este motivo se ridiculizaba Ilamándolos Padres de Misa y olla o Larragos.
Se les daba el primer apodo porque por su ignorancia sólo decían misa para
ganar la subsistencia y no les era permitido predicar ni ejercer otras
funciones, que requerían instrucción y capacidad; y se les llamaba Larragos,
porque sólo estudiaban Teología moral por el padre Larraga. Del modo que
pude manifesté a mi padrino con franqueza este inconveniente, agregándole que
no teniendo yo todavía la edad suficiente para recibir el Presbiterado
nada perdía con estudiar el curso de artes. Tuve la fortuna de que le
convencieran mis razones y me dejó seguir mi carrera, como yo lo deseaba.
En el año de 1827 concluí el curso de artes
habiendo sostenido en púbtico dos actos que se me señalaron y sufrido los
exámenes de reglamento con las calificaciones de excelente nemine
discrepante (título que significaba que el grado de excelencia había sido
concedido por unanimidad) y con algunas notas honrosas que me hicieron mis sinodales.
En este mismo año se abrió el curso de Teología
y pasé a estudiar este ramo, como parte esencial de la carrera, o profesión a
que mi padrino quería destinarme y acaso fue esta la razón que tuvo para no
instarme ya a que me ordenara prontamente.
En 1857 se publicó la Constitución política de la
Nación y desde luego me apresuré a ponerla en práctica principalmente en lo
relativo a la organización del Estado. Era mi opinión que los Estados se
constituyesen sin pérdida de tiempo, porque temía que por algunos principios de
libertad y de progreso que se habían consignado en la Constitución general
estallase o formase pronto un motín en la Capital de la República que
disolviese a los poderes supremos de la Nación; era conveniente que los Estados
se encontrasen ya organizados para contrariarlo, destruirlo y restablecer las
autoridades legítimas que la Constitución había estabiecído. La mayoría
de los Estados comprendió la necesidad de su pronta organización y procedió a
realizarla conforme a las bases fijadas en la Carta fundamental de la
República. Oaxaca dio su Constitución particular que puso en práctica
desde luego y mediante ella fui electo Gobernador Constitucional por
medio de elección directa que hicieron los pueblos.
Era costumbre autorizada por ley en aquel Estado lo mismo que en los
demás de la República que cuando tomaba posesión el Gobernador, éste concurría
con todas las demás autoridades al Te Deum que se cantaba en la
Catedral, a cuya puerta principal salían a recibirlo los canónigos; pero en
esta vez ya el clero hacía una guerra abierta a la autoridad civil, y muy
especialmente a mí por la ley de administración de justicia que expedí
el 23 de noviembre de 1855 y consideraba a los gobernantes como herejes y
excomulgados. Los canónigos de Oaxaca aprovecharon el incidente de mi
posición para promover un escándalo. Proyectaron cerrar las puertas de la
iglesia para no recibirme con la siniestra mira de comprometerme a usar de la
fuerza mandando abrir las puertas con la policía armada y a aprehender a los
canónigos para que mi administración se inaugurase con un acto de violencia o
con un motín si el pueblo a quien debían presentarse los aprehendidos como
mártires, tomaba parte en su defensa. Los avisos repetidos que tuve de esta
trama que se urdía y el hecho de que la iglesia estaba cerrada, contra lo
acostumbrado en casos semejantes, siendo ya la hora de la asistencia, me
confirmarón la verdad de lo que pasaba.
Aunque contaba yo con fuerzas
suficientes para hacerme respetar procediendo contra los sediciosos y la ley
aún vigente sobre ceremonial de posesión de los Gobernadores me autorizaban para
obrar de esta manera; resolví, sin embargo, omitir la asistencia al Te Deum,
no por temor a los canonigos, sino por la convicción que tenía de que los
gobernantes de la sociedad civil no deben asistir como tales a ninguna
ceremonia eclesiástíca, si bien como hombres pueden ir a los templos a
practicar los actos de devoción que su religión les dicte. Los gobiernos
civiles no deben tener religión porque siendo su deber proteger imparcialmente
la libertad que los gobernados tienen de seguir y practicar la religión que
gusten adoptar, no llenarían fielmente ese deber si fueran sectarios de alguna.
Este suceso fue para mí muy plausible para reformar la mala costumbre que había
de que los gobernantes asistiesen hasta a las procesiones y aún a las
profesiones de monjas, perdiendo el tiempo que debían emplear en trabajos
útiles a la sociedad. Además, consideré que no debiendo ejercer ninguna función
eclesiástica ni gobernar a nombre de la Iglesia, sino del pueblo que me había
elegido, mi autoridad quedaba íntegra y perfecta, con sólo la protesta que hice
ante los representantes del Estado de cumplir fielmente mi deber. De este modo
evité el escándalo que se proyectó y desde entonces cesó en Oaxaca la mala
costumbre de que las autoridades civiles asistiesen a las funciones
eclesiásticas. A propósito de malas costumbres había otras que sólo servían
para satisfacer la vanidad y la ostentación de los gobernantes como la de tener
guardias de fuerza armada en sus casas y la de llevar en las funciones públicas
sombreros de una forma especial. Desde que tuve el carácter de Gobernador abolí
esta costumbre usando de sombrero y traje del común de los ciudadanos y
viviendo en mi casa sin guardia de soldados y sin aparato de ninguna especie
porque tengo la persuasión de que la respetabilidad del gobernante le viene de
la ley y de su recto proceder y no de trajes ni de aparatos militares propios
sólo para los reyes de teatro. Tengo el gusto de que los gobernantes de Oaxaca
han seguido mi ejemplo.
*la versión completa de
los apuntes para mis hijos, la pueden leer en
http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/historia/apuntes/apuntes.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario